Luis acude a consulta por lo que él denomina un problema de ansiedad. Luis es un chico de 30 años, casado desde hace tres y con un hijo recién nacido. Trabaja como abogado en una empresa de ámbito nacional. Hace unos meses, una empresa, “la competencia”, según él, le ofrece un puesto de trabajo con mayor responsabilidad y con mayor contacto social y humano. Pero esto le genera malestar, ya que no sabía cómo decir a la empresa en la que trabajaba que se marchaba. La responsabilidad, el compromiso: un león. Se le sumaba además un pequeño inconveniente, que le costaba relacionarse con personas nuevas y desconocidas: otro león.
Al final de la jornada laboral, empezó a notar palpitaciones muy fuertes y “una especie de acaloramiento repentino”. Asustado acude al médico de cabecera quien le receta un ansiolítico. Lo toma durante dos semanas y nota mejoría. Pero, al cabo de un mes y medio estaba paseando a su hijo por la calle y comenzó a notar sudoración en las manos y una fuerte tensión muscular. Al poco tiempo de este suceso, hablando con su mujer, siente terribles palpitaciones, sensaciones de ahogo y vértigo. Y cada vez se fueron haciendo más frecuentes estas sensaciones ¿Dónde estaba ahora el león?
Os estaréis preguntando porque tanto león. Pues bien, me gustó la explicación de un paciente de su ansiedad: “Es como cuando vas en coche y te encuentras un vehículo de la Policía Nacional de frente y te da como un pequeño susto, un acaloramiento repentino. ¡Y eso que no hacía nada malo! Pero ese pequeño instante de sobresalto, lo siento como mantenido en el tiempo”. Ese día le expliqué la relación de la ansiedad con ese “susto”. La ansiedad es un instrumento evolutivo, esa pequeña alarma que frente a un león tensa músculos, te sobresalta y te permite correr. Pero en exceso, te bloqueas y el león te come. Y sobre todo, ¿y si no hay ningún león y está solo en mi cabeza?
Y he ahí la asombrosa capacidad humana. Somos capaces de recrear estímulos inexistentes. Capaces de llorar algo que no ha pasado o “excitarnos” sin estímulos externos, solo con la imaginación. Y es ahí donde trabajamos los psicólogos. En varios sentidos. El primero, dar unas pautas para que no nos coma nuestra “mente”, nuestras emociones, para que no nos bloqueemos y tengamos herramientas para no sufrir, reparar el “hueso roto”. Lo segundo, ver porqué se rompió el hueso para que no suceda de nuevo o controlarlo, identificar ese león, esa preocupación y aprender a ver si de verdad nos va a comer algo así. Lo tercero, aprender, con herramientas, a ver la verdadera cara del león, muchas veces inofensivo, a buscar la proporcionalidad y la reacción “controlada”, a dominar la situación y que mi reacción no genere ese malestar.
La activación excesiva y la preocupación por los sucesos del día a día son características definitorias de la ansiedad generalizada. Según el manual DSM es el conjunto de comportamientos caracterizados por la activación física y psicológica constante, y preocupación excesiva acerca de acontecimientos cotidianos. NO se asocia a algo concreto o particular si no que está presente de forma permanente. Fatiga, irritabilidad, dificultades para dormir, dificultad para concentrarse entre otros lo definen. Con respecto a la población representan un 4 por 100.
Después de la terapia cognitivo-conductual, Luis no es otro, sigue siendo Luis, pero no va a dejar que ningún león le coma, y mucho menos, uno que ni siquiera estaba allí.
No dudes en acudir a un profesional si padeces o conoces a alguien que lo padezca.
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Un abrazo emocional
Enric Valls Roselló, tu psicólogo en Valencia.
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Me gusto mucho el articulo..
Neesito ayuda como puedo contactarme ?
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Muchas gracias Tatiana. Puede contactar a través del formulario de contacto. Gracias. Un abrazo
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