“El Síndrome de Estocolmo es un estado psicológico en el que la víctima de secuestro, o persona detenida contra su propia voluntad, desarrolla una relación de complicidad con su secuestrador. En ocasiones, los prisioneros pueden acabar ayudando a los captores a alcanzar sus fines o evadir a la policía”
Según corrientes psicológicas, la psicoanalítica por ejemplo, sería un mecanismo de defensa inconsciente del secuestrado, que no puede responder la agresión de los secuestradores y que se defiende también de la posibilidad de sufrir un shock emocional. Así, se produce una identificación con el agresor, un vínculo en el sentido de que el secuestrado empieza a tener sentimientos de identificación, de simpatía y de agrado por su secuestrador.
Desde que este término lo acuñara el psiquiatra y criminólogo Nils Bejerot, a raíz de que las personas secuestradas en un banco defendieran a sus captores (Suecia, 1973) ha habido a lo largo de la historia diversidad de casos que muestran este fenómeno.
Pero, la pregunta sería: ¿Sólo sucede esto puntualmente y en casos de secuestros, atracos, prisioneros de guerra…? Ó ¿también sucede en el día a día de muchas personas que nos rodean? ¿De nosotr@s mism@s?
Si lo extrapolamos a nuestra vida cotidiana, ¿cuantas veces somos secuestrados por nosotros mismos? ¿Cuántas veces somos víctimas de nuestra vagancia, de nuestro pasotismo, de nuestras justificaciones ó injustificaciones?; ¿Mostramos simpatía ante situaciones realmente poco valorables?
Nosotros mismos debemos luchar contra nuestro secuestrador. No debemos evadir las obligaciones ó las cosas que creemos que nos van a hacer sentir bien. Debemos de superar esas barreras e intentar superar esos miedos.
El miedo, la culpa, el dolor,… son reacciones y emociones que nos hacen bloquearnos. Emociones caracterizadas por sensaciones desagradables, provocadas por la percepción de un peligro real o supuesto futuro, presente o pasado. Si voy por la selva amazónica, caminando descalzo, puedo tener miedo de que me ataque una serpiente. ¿Hay posibilidad real?, ¿Es más probable que aparezca una serpiente rodeado de animales salvajes o en mi habitación de Madrid capital? ¿Puedo tener miedo de exponer un trabajo en público o ante mi jefe?
Está claro que la falta de confianza y de certeza absoluta ante el no saber qué va a suceder provoca en la persona un estado de inseguridad, haciéndonos dudar si vamos a ser capaces o no de soportarlo.
Lo que sí que irrebatible, es que el futuro o el mañana llevará entre las letras “MIEDO” implícito la palabra “PROBLEMAS”, ya que son componentes intrínsecos de la vida, siendo así imposible de huir.
Sea lo que sea lo que nos depare, el ser humano es capaz de sobrellevarlo. Por tanto, ¿a qué tememos? ¿Dónde está el origen en esa falta de confianza, en esa inseguridad?
El quid de la cuestión es que no solamente tenemos miedo porque nos falta confianza en el futuro, si no que no confiamos en nosotros mismos.
Dicha reacción, podemos afirmar, que suele pasar en la mayoría de las personas, produciendo malestar emocional, tensión muscular y otras sensaciones negativas. A su vez nos produce preocupación, que impide disfrutar del aquí y ahora, del momento presente.
Nos imposibilita disfrutar de una sonrisa, de una conversación, de un paseo, de los detalles de un cuadro, en definitiva, del presente. Por lo tanto somos participes inconscientemente de ese síndrome que hablábamos, de esa anestesia que nos impide deleitar los placeres de la vida y de los instantes maravillosos que nos ofrece puede ofrecer un día como hoy.
Dado que no podemos transformar el mundo que nos rodea, y en la mayoría de casos lo aceptamos, nuestra única opción sería cambiar nuestra perspectiva. Cambiar nuestras emociones y sentimientos.
Para ello hoy os voy a enseñar un ejercicio que podemos hacer muy sencillo. Lo llamamos “Eliminar lo negativo”.
Coge una hoja en blanco, apunta todos los pensamientos negativos sobre tu vida, tu día a día, tu cuerpo, tus relaciones de amistad, de pareja, sobre el amor, el dinero… Escríbelo de tal manera que sean frases cortas y frases largas. Por ejemplo: la lluvia me hace sentir triste, soy infeliz, la vida no vale nada, en algunas frases tendremos que justificarlas un poco más y explicarlo sobre el papel. Escribe, escribe y escribe. Cuando sientas que te has desahogado/descargado. Dejamos el bolígrafo, cogemos el papel y lo arrugamos en una bola apretando fuerte o lo rompemos con la intención de tirarlo a la papelera.
Verás cómo te encuentras mejor.
Me gustaría finalizar con una pequeña metáfora con un sentido. ¿Sabrías encontrar cuál?
“Cuando yo era pequeño, mi madre solía coser mucho. Yo me sentaba cerca de ella y le preguntaba qué estaba haciendo. Ella me respondía que estaba bordando.
Como yo era pequeño, observaba el trabajo de mi madre desde abajo, por eso siempre me quejaba diciéndole que sólo veía hilos feos. Le preguntaba por qué ella usaba algunos hilos de colores oscuros y porqué me parecían tan desordenados desde donde yo estaba. Ella me sonreía, miraba hacia abajo y me decía: «Hijo, ve afuera a jugar un rato, y cuando haya terminado mi bordado te pondré sobre mi regazo para que lo veas desde arriba».
Así lo hice. Al cabo de un rato, escuché la voz de mi madre llamándome. Cuando me senté en su regazo, me sorprendió y emocionó ver hermosas flores y bellos atardeceres en el bordado. No podía creerlo, pues antes desde abajo sólo veía hilos enredados. Entonces mi madre me decía: «Hijo mío, desde abajo se veía confuso y desordenado, pero no te dabas cuenta de que había un plan arriba. Yo tenía un hermoso diseño. Ahora míralo desde mi posición, qué bello es»”.
Autor: Enric Valls Roselló.
Psicólogo especialista en el ámbito clínico y de la salud..
Correo: vallspsicologo@gmail.com
Un comentario en “Articulo: «Síndrome de Estocolmo»+ Ejercicio Práctico”
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